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La lucha contra el tabaco y sus contradicciones

Article publié exclusivement sur le site de l’Institut économique Molinari.

Las restricciones a la venta y al uso del tabaco se multiplican en Norteamérica y en Europa. Después de Irlanda en marzo de 2004, en Italia en enero de 2005 y en Suecia en junio, el parlamento español acaba de adoptar una nueva ley que va en el sentido de una interdicción de fumar en los lugares públicos.

Las restricciones a la venta y al uso del tabaco se multiplican en Norteamérica y en Europa. Después de Irlanda en marzo de 2004, en Italia en enero de 2005 y en Suecia en junio, el parlamento español acaba de adoptar una nueva ley que va en el sentido de una interdicción de fumar en los lugares públicos. A partir del 1 de enero, los propietarios de bares y de restaurantes deberán doblarse a nuevas restricciones sobre la adaptación de sus locales. Además, la venta, el suministro y la publicidad para el tabaco serán controlados más severamente. Esta ola de prohibición no debería sorprender a nadie. En efecto, son más de cien estados quien han firmado el convenio-marco de la Organización Mundial de la Salud. Así, estamos enfrente de una cruzada internacional contra el tabaco.

La OMS justifica así las políticas restrictivas: el tabaco mata 5 millones de adultos al año y pone en peligro la perennidad de los sistemas de Salud Pública. A primera vista, la causa que debe defenderse parece clara y el consenso inocente. En realidad, la acción y el discurso carecen de coherencia y dejan perplejos en cuanto a las motivaciones y a la eficacia de esas políticas. ¿Si, ante todo, los gobiernos quieren preocuparse de la salud, por qué no empiezan por derogar las políticas que favorecen la exposición de sus súbditos a los peligros del tabaco?

Por ejemplo, la prohibición dentro de la Unión europea de los productos conocidos bajo el nombre de “tabaco sin humo” tiene probablemente como consecuencia de inflar la demanda de tabaco que debe fumarse. Ahora bien, cada vez más son los médicos quienes consideran que las graves enfermedades vinculadas al tabaco no son causadas tanto por la nicotina como por los productos tóxicos inhalados fumando. El acceso legalizado a tales productos permitiría a los fumadores que fallan en sus tentativas de detener la nicotina, ponerse al refugio de los peligros del humo. Y por supuesto, los sistemas de Salud Pública se verían menos perjudicados. Lo que es extraño en este caso, es que la OMS, a pesar de reconocer las ventajas de los productos sin humo 1, considera que la lucha antitabaco se refiere a todos los productos basados en tabaco, para fumar, chupar o masticar 2. Y si los gobiernos están apurados en subir los impuestos sobre los cigarrillos, la liberalización del “tabaco sin humo” no parece formar parte del orden del día.

Por otra parte, los contribuyentes obligatorios a los sistemas de Salud Pública se ven obligados a soportar las consecuencias financieras de los riesgos tomados por los fumadores. Los gastos públicos que financian los cuidados a los fumadores enfermos constituyen simplemente unas subvenciones para su modo de vida. En esas condiciones, hay pocas razones para cesar de fumar o para no empezar. De esa manera, esta práctica es más extendida que de otra forma. Volver de nuevo sobre esas subvenciones implicaría una vuelta hacia la responsabilidad – menos humo y más libertad – en perfecta oposición con las políticas de control del tabaco. Y los presupuestos de Salud Pública ya no serían cargados por problemas de fumadores, vueltos a ser su asunto privado (para los que seguirían siendo fumadores a pesar del final de las subvenciones).

Esta propuesta puede suscitar un determinado escepticismo. Con todo, su lógica no es diferente de la que se basa en la idea menos controvertida que es posible disminuir las ventas de cigarrillos aumentando sus precios. La subvención vuelve a ser para el fumador una reducción de precio, un factor orientando al aumento su consumo. Si todo el mundo está de acuerdo con la OMS en que la subida de los precios del tabaco permite disminuir el consumo, todo el mundo debería estar de acuerdo en que la reducción de una subvención es un factor que orienta a la baja su consumo.

Estas formas no autoritarias de ver el consumo de tabaco disminuir relativamente no parecen estar previstas por los gobiernos firmantes del tratado antitabaco. Se puede entonces preguntarse si otros objetivos no interfieren con el objetivo indicado. ¿No sería la lucha antitabaco más que una cortina de humo?

Xavier Méra es investigador asociado al Instituto económico Molinari.

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